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sábado, 23 de enero de 2016

La magia de lo cotidiano

Sirva para ambos géneros:

Mírame a los ojos. Mírame y dime que no tengo razón.
Que no eres especial... que no eres única.
Dime que esa inmensidad que despide tu mirada no es capaz de mover montañas, que no haces de lo cotidiano algo extraordinario.

Dime que incluso cuando te equivocas no es siempre para mejor, pues somos lo que queda después del error.
Dime que no quieres a nadie, que no sientes algo universal por nadie, algo maravilloso que no entiendes pero que produce en ti alegría.

Niégame con la cabeza que hay personas en tu vida que te quieren, se preocupan y ven en ti lo grande que eres.
Llévame la contraria cuando te digo que seas tú misma, que actúes y que día a día te reinventes.

Quédate sentada mientras doy un golpe en la mesa, un golpe de energía, de cambio. Enfádate por tonterías del día a día y pierde los nervios por pequeñeces.

Quédate callada cuando te diga que cantes, 
quédate quieta cuando te diga que bailes 
y que alces la voz para mostrarle al mundo que aquí estás y que vas a vivir.

Date media vuelta en la cama, llorando sin querer levantarte en el nuevo día, 
negando a la realidad tu existencia, y privando al mundo de tus cualidades.

Haz todo eso, cariño, y habrás muerto en vida...

Así que levanta de la cama, sonriendo, y ponte a bailar y a cantar.
Mira los problemas del día a día como pequeños retos y supéralos, porque puedes.

Da un golpe en la mesa, actívate, reinvéntate, sé tú misma.
Ponte a pensar en aquellos a los que importas y en aquellos que te importan, 
y dedícales tu mejor plegaria: que no es más que tu intención, tu acción de preocuparte por ellos y hacerles saber que estás ahí, al igual que ellos lo están para ti.

Recopila los errores de ayer y procura hacerlo hoy mejor... Y según bajes a la calle y alguien te mire, contágiale de esa inmensidad que tu mirada tiene.

Eres especial... y única. Y ahora, cariño, mírame a los ojos y dime que tengo razón: Contágiame a mi de tu interior.



viernes, 22 de enero de 2016

Los acordes del recuerdo

Un preludio de lo nunca dicho, 
amarga victoria del olvido, 
y de las penas comprimidas en forma de pastillas 
y que por mucho que las tomas no curan, no sanan.
Sólo añaden dolor y cierran puertas al día, 
a la alegría de vivir, de sentir que estás vivo.

Pero por dentro mueres. Nadie lo ve y tú lloras cada día al alba,
cuando nadie te ve. El sol nace vacío en un mundo vacío.

Ténue es la luz que ilumina sin brillo el salón:
Un salón lleno de vida en el pasado y que ahora se ahoga en recuerdos de un tiempo mejor, 
en el que vivías con ella, en el que reíste, amaste, besaste...
y que ahora tan sólo puedes llorar.

Sube el recuerdo con un dolor punzante de las entrañas a la cabeza, 
con rabia e impotencia... de tan sólo poder imaginar su olor, su sonrisa, su ternura.
De cómo te envolvían sus abrazos y te daban energía... de toda su esencia.

Pueden sonar ahora las campanas de la nueva era, 
en la que todas esas puertas se cerraron y las nuevas se empiezan a abrir, 
pueden los violines y las flautas transportarme al nuevo mundo que yo decidí crear, 
pueden las ganas de encontrarme y de volver de nuevo a sonreir hacer que no vuelva a mirar atrás...
Pero jamás, jamás, podré olvidar una puerta en concreto, cuya cerradura se abre con tan sólo unos acordes.

Una puerta que me recordará que nunca olvidaré lo bueno que allí dentro había.
Y esa puerta viene con grabado especial.
Ese grabado lo tengo tatuado en una parte de mi cuerpo que tan sólo veo cuando me miro en el espejo,
siendo yo mismo.

Y es que, a veces, cuando me miro en el espejo, sin atavíos, totalmente desnudo, el ser que me encuentro enfrente mío me habla y me dice:
"No hay marcha atrás, seguirás viviendo como buenamente puedas, pero aquí estaré yo... para recordarte quién eres y quién fuiste.
Para recordarte que nunca te lo voy a perdonar. Y para desearte que todo el daño que hiciste te vuelva, algún día, amplificado.
Te dirán que eres maravilloso, que vales mucho, que la vida es así.
Pero yo te conozco realmente y pienso estar ahí, torturando tu mente hasta el día que mueras..."


jueves, 14 de enero de 2016

Guerrero en el desierto

...Andaba errante por el inmenso y árido cañón que ante mí se postraba, sediento, cansado y sin rumbo fijo,
Llevando como compañía a una bandada de buitres hambrientos que esperaban pacientemente mi último suspiro.
Atrás dejé aquel pueblo en el que vi y oí cosas que no estaba preparado para ver ni oir, aunque en mi corazón todavía pesaba
esa dura carga de aquellas amargas sensaciones que allí presencié.
Partí sin caballo ni petate, y sin saber muy bien qué me iba a deparar... sólo sabía que tenía que salir de allí.
Pasé demasiado tiempo en ese pueblo. Pero eso ya formaba parte del pasado. Ahora sólo quedaba avanzar.

Aunque no me estaba resultando fácil. La falta de comida y de preparación para el entorno en el que me encontraba hacían que poco a poco mi físico se fuera consumiendo... y con ello, mi ánimo.

Sin rumbo fijo y sin víveres, estaba claro que iba a ser pasto de buitres y desierto. Notaba cómo mis labios se iban espesando cada vez más y mi vista se nublaba sin distinguir ya cielo de sol. Pero lo peor de todo es que en mi interior ya no había fuerzas para luchar. Me había dado por vencido. No había marcha atrás... Un par de horas más e iría a formar parte del vasto paisaje que me rodeaba.

Un paso más... otro más... "a la mierda", pensé, y caí desplomado.



Una hora después algo me despertó. Abrí la boca instintivamente: Agua. ¿Agua? provenía de una cantimplora. Una cantimplora con agua que estaba siendo vertida por alguien:
Era el ser más hermoso que hubiera visto jamás. Llevaba una armadura dorada y a su alrededor había un aura que protegía del calor, refrescando mi cuerpo maltrecho.
"¿Quién eres?" Pregunté. "Soy... tu amiga", sentenció, y sin mediar más palabras me sujetó la frente con sus dos manos y apretó con fuerza.


Inmediatamente después sentí un calor inexplicable en mi cabeza... tanto que empecé a gritar hasta que perdí el conocimiento.
Cuando volví a abrir los ojos ya no estaba en medio del cañón... me encontraba encima de un suelo de colores verdes, rojos y azules, con forma acartulinada y un cielo negro como el betún. El suelo se movía de una manera similar al mar: con pequeñas olas acompasadas de una ligera y agradable brisa.
De repente y sin saber por qué, me sentía muy bien. Sin hambre, ni calor ni cansancio. Y lo que era más importante: me sentía en Paz. Ese ser había movido algo en mi interior. Ya no era el mismo, era distinto... había una inmensa bondad en mí, y todo lo que sentía era gratitud. Hacia la vida, y hacia él.

Empecé a bailar y a cantar, contento por mi nuevo estado, feliz sin motivo, y con un claro objetivo... seguir así para el resto de mi vida. Mis heridas se habían curado... y los recuerdos de aquél pueblo, aunque seguían presentes ya no hacían el mismo daño en mi: Sabía que tenía un largo camino por delante para aprender de lo que allí viví, y para poder enseñar mis avances a quien quisiera saberlos...

De alguna parte de este mundo que se había creado ante mí, surgió una voz: "Por fin lo has aprendido, eres lo que bailas y cantas... eres el momento, quiérete mucho porque eres maravilloso. Vive y se feliz, que allí estaré yo para ayudarte siempre que lo necesites..."

De repente volví en mí... ya no estaba en ese mundo. Estaba de vuelta en el cañón, y seguía con la frente sujetada por las manos de aquél misterioso ser... aunque ahora todo era distinto. Ya no estaba cansado ni tenía sed. Ni los labios pegajosos ni la vista nublada... y pude distinguir a quien enfrente de mí se hallaba.

Era una mujer hermosa bajo una armadura dorada, de cabello corto y moreno, y de mirada infinitamente bondadosa.
Me dió un beso en la mejilla y me susurró al oído: "Ya lo has entendido, amigo mío. Ahora el resto, depende de ti"

Se levantó, y pude ver que había dos caballos, uno negro y otro blanco.
Ella se montó en el blanco y mirándome a mí me señaló con la cabeza el caballo negro, diciendo: "¿Vienes o qué? que no tengo todo el día."

Entonces sonreí, y entendí el gran regalo que aquella mujer acababa de hacerme. El regalo de la esperanza, de la alegría y de la felicidad porque sí. De la compañía y de la amistad.

Me levanté, me monté en el caballo, y juntos emprendimos el camino hacia el horizonte, incierto sí, pero hermoso...


Libre, al fin

Permanezco sentado, en mi sofá, inmóvil y serio. 
No hay más ruido que la música de mi portátil... 

A pesar de la calidez del ambiente, siento frío. Mi mente no está donde estoy yo... ha viajado al pasado, 
y está recorriendo cada parte más siniestra y oscura de mi vida, cada punto débil de mi ser, recuerdos... tristes, melancólicos y baldíos.

Y ahí, en medio de una vida plena y llena de caprichos y comodidades, siento aflicción y tristeza.
Tristeza porque precisamente ahí, cuando mi mente me desnuda y poco a poco me voy viendo tal y como soy, me siento... vacío.

He tomado una decisión, no veo otra salida. Todo el amor que he dado en mi vida se queda corto con el daño que siento en mi interior.
Un daño irreparable, que hace que la herida que hay en mi corazón no cierre y me martirice día tras día.

Es hora de dejar todo, y de cerrar para siempre el vacío que me impide ser feliz. 
Pensándolo fríamente, mi falta poco va a importarle al mundo... ni a mis seres más cercanos. Quizás a mis padres, que lo han dado todo por verme bien. Pero ahora es más importante mi deseo de acabar con este sufrimiento. 

Sí, estoy siendo egoísta, no debería pensar así. Toda la industria del buenrollismo y positivismo que ha lanzado campañas para gente como yo, para automotivarme, no me han servido de nada.

Aquí, ahora, es la primera vez que lo veo todo claro... Cierro los ojos y un torrente de lágrimas salen de ellos.
Lágrimas contenidas y que tan sólo estas cuatro paredes que me rodean han visto alguna vez.
Nadie piensa qué se cuece en mi interior, la carcasa que tengo construida bien hace su labor. 

Una última mirada al portátil y una última revisión de recuerdos visuales:
Una foto de ella y yo, y un vídeo de hace 20 años mío con mi padre y mi madre.

Rompo a llorar. Y grito: grito todo lo fuerte que puedo. Jamás he gritado así en mi vida.
Es tal el dolor que siento que ya no hay marcha atrás... me levanto, me subo al marco de la ventana, y vuelo.
Según caigo ya no hay recuerdos... sólo la tremenda sensación que me espera. Un cambio brusco, un ¿cambio? 

Y con esa última duda se va mi último pensamiento en este mundo.