Qué vida tan rara ésta que nos ha
tocado vivir. Y en qué país.
Si uno se para unos minutos a
reflexionar, puede llegar a volverse loco de tanto vaivén de
sentimientos.
Empezamos por el mundo: Es inevitable
estar al corriente de guerras, de algunas guerras, de las que nos
cuentan. De catástrofes naturales, también algunas, que no todas
son las que salen en los medios, o de la misma manera...
De violaciones, crímenes, asesinatos,
ablaciones, muerte, dolor, injusticias, cáncer, hambre, miseria...
Vivimos en el mundo que nos han enseñado a vivir, una mezcla curiosa
de siglo XXI y edad media, en el que el Papa usa twitter, o pecamos
de supersticiosos enviando cadenas anti-martestrece por whatsapp.
Y seguimos por España: Un país con un
potencial impresionante, pero que flaquea en lo fundamental. Hemos
sabido, más o menos, evolucionar sin autodestruirnos desde la guerra
civil hasta hoy día, gracias al esfuerzo de nuestros mayores, que
han cuidado (la mayoría) con cariño, sufrimiento y dedicación a
nuestros padres, que a su vez han sabido darnos también el cariño
que merecemos.
Tenemos el conocimiento, la posibilidad
de hacer cosas, grandes o pequeñas, de ver más allá de nuestras
narices... pero poco a poco la llama que hace tiempo se encendió se
apaga, los políticos se cuentan por corruptos, como los jueces, que
permiten que éstos salgan impunes. Por miedo o por poder, por dinero
o por odio.
La cifra de gente en el mundo del
desempleo cada vez es mayor, y todo el conocimiento que muchos
obtuvimos en los colegios, institutos, universidades y en la vida
misma se marcha emigrando con nuestros cuerpos, a sitios donde nos
cuiden mejor.
Las religiones siguen siendo la gran
lacra mundial, que son usadas como arma por los dirigentes para
maniatar al pueblo, mientras que la verdadera espiritualidad, la que
cree realmente en Buda, Alá o Jesús se evapora entre escombros,
miedo y vergüenza.
Sin embargo, a pesar de toda la mierda
que llueve cada día, siempre sale el sol: Un sol de esperanza,
movido por personas que hacen que la vida merezca la pena, por gente
que sin salir en los medios cada día hace de este mundo algo mejor:
gente que utiliza sus conocimientos para ayudar a la gente de otros
países, de otras ciudades, o al vecino de enfrente.
Esa gente, aunque no numerosa, sostiene
los cimientos a los que gracias a ellos el mundo todavía se tiene en
pie. Son héroes anónimos: músicos del alma, virtuosos de la
caridad, maestros de la esperanza.
Ellos no entienden de religiones,
entienden de amar y de respetar, y no se han conformado con contarlo
en los medios, o de escribirlo en un blog como hace este humilde
servidor. Ellos ya han pasado a la acción.
Ellos me motivan, me ayudan a intentar
ser mejor (aunque no lo consiga).
Al perfecto desconocido: gracias por
motivarme, gracias por existir y hacer que la existencia de los demás
sea mejor, con tu ayuda, el mundo que irremediablemente parece que se
va a tomar por culo, da media vuelta y le saca el dedo a la
desesperanza.