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miércoles, 2 de septiembre de 2015

Es hora del cambio

Llevo tiempo observando, en redes sociales, una nueva corriente: Ya sea en forma de enlaces, de videos de gente que merece la pena, 
de críticas sociales, firmas de peticiones...
Todo ahora va más deprisa con internet. Nos enteramos de muchas más cosas en tiempo casi real, tenemos más acceso a la información que nunca: manuales, videotutoriales, consejos, libros, posts, etc.

Veo que hay un patrón que se repite muy a menudo. Y es que a pesar de todo esto, la gente no reacciona con la misma velocidad a la que se mueve la información. Ni mucho menos.
En la mayoría de los casos nos dedicamos a ser meros y fugaces espectadores de lo que leemos, escuchamos y vemos. Pensamos por un breve instante de tiempo en lo bueno que sería aplicar tal o cual consejo, en lo indignados que nos sentimos con determinada injusticia... pero al cerrar la ventana de la aplicación que nos mantiene unidos a la red, cerramos ese trocito de mente que se encargó de asimilar todo eso. 
Estamos cultivando y entrenando un tipo de mente inmune al sentimiento duradero, al deseo de persistencia, que hace que nuestra capacidad de retención y de asimilación de lo realmente importante se vea difuminado por un ejército de información que choca contra nosotros con una celeridad pasmosa.

Y eso, en parte, nos está deshumanizando un poquito. 
Está claro que no podemos dedicar el cien por cien de nuestro tiempo a recordar toda la información que procesamos, pues nos volveríamos locos. Pero sí deberíamos ser capaces de sintetizar lo que nos viene, separando lo importante de lo supérfluo, y aplicarnos el cuento.

Hay un extracto de un capítulo de un libro llamado Ilusiones, de Richard Bach, que creo que refleja muy bien el hacer humano aplicado a internet:

Una vez vivía un pueblo en el lecho de un gran río cristalino.
La corriente del río se deslizaba sobre todos sus habitantes: jóvenes y ancianos, ricos y pobres, buenos y malos y la corriente seguía su camino ajena a todo lo que no fuera su propia esencia de cristal.
Cada criatura se aferraba como podía a las ramitas y rocas del lecho del río, porque su modo de vida consistía en aferrarse y porque desde la cuna todos habían aprendido a resistir la corriente.
Pero al fin una criatura dijo: "Estoy harta de asirme, aunque no lo veo con mis propios ojos, confío en que la corriente sepa hacia donde va. Me soltaré y dejaré que me lleve a donde quiera. Si continúo inmovilizada, me moriré de hastío."
Las otras criaturas rieron y exclamaron:"¡Necia! ¡Suéltate y la corriente que veneras te arrojará, revolcada y hecha pedazos contra las rocas, y morirás más rápidamente que de hastío!"
Pero la que había hablado en primer término no les hizo caso, y después de inhalar profundamente se soltó: inmediatamente la corriente la revolcó y la lanzó contra las rocas.
Mas la criatura se empecinó en no volver a aferrarse, y entonces la corriente la alzó del fondo y ella no volvió a magullarse ni a lastimarse.
Y las criaturas que se hallaban aguas abajo, que no la conocían, clamaron: "¡Ved un milagro! ¡Una criatura como nosotras, y sin embargo vuela! ¡Ved al Mesías que ha venido a salvarnos a todas!".
Y la que había sido arrastrada por la corriente respondió: "No soy más Mesías que vosotras. El río se complace en alzarnos, con la condición de que nos atrevamos a soltarnos. Nuestra verdadera tarea es este viaje, esta aventura ".
Pero seguían gritando aún más alto: "¡Salvador!", sin dejar de aferrarse a las rocas. Y cuando volvieron a levantar la vista, había desaparecido, y se quedaron solas, tejiendo leyendas acerca de un Salvador.


Mi conclusión a esta leyenda es que la criatura que se eleva ante la multitud es la información que nos abre la mente y nos libera, la que nos aconseja vivir mejor y nos muestra videos y noticias de gente increible... de la que deberíamos aprender y mejorar.
Y nosotros somos las criaturas que nos maravillamos de todo eso, pero al poco de cerrar la ventana de la información nos volvemos a convertir en esos seres mundanos que no han aprendido nada.

Pues bien, es hora de cambiar, es hora de asimilar, de aplicar, de mejorar... Es hora del cambio.

Leyenda del pueblo y el río

Extracto del primer capítulo del libro Ilusiones, de Richard Bach.

Una vez vivía un pueblo en el lecho de un gran río cristalino.
La corriente del río se deslizaba sobre todos sus habitantes: jóvenes y ancianos, ricos y pobres, buenos y malos y la corriente seguía su camino ajena a todo lo que no fuera su propia esencia de cristal.

Cada criatura se aferraba como podía a las ramitas y rocas del lecho del río, porque su modo de vida consistía en aferrarse y porque desde la cuna todos habían aprendido a resistir la corriente.

Pero al fin una criatura dijo: "Estoy harta de asirme, aunque no lo veo con mis propios ojos, confío en que la corriente sepa hacia donde va. Me soltaré y dejaré que me lleve a donde quiera. Si continúo inmovilizada, me moriré de hastío."

Las otras criaturas rieron y exclamaron:"¡Necia! ¡Suéltate y la corriente que veneras te arrojará, revolcada y hecha pedazos contra las rocas, y morirás más rápidamente que de hastío!"

Pero la que había hablado en primer término no les hizo caso, y después de inhalar profundamente se soltó: inmediatamente la corriente la revolcó y la lanzó contra las rocas.

Mas la criatura se empecinó en no volver a aferrarse, y entonces la corriente la alzó del fondo y ella no volvió a magullarse ni a lastimarse.

Y las criaturas que se hallaban aguas abajo, que no la conocían, clamaron: "¡Ved un milagro! ¡Una criatura como nosotras, y sin embargo vuela! ¡Ved al Mesías que ha venido a salvarnos a todas!".

Y la que había sido arrastrada por la corriente respondió: "No soy más Mesías que vosotras. El río se complace en alzarnos, con la condición de que nos atrevamos a soltarnos. Nuestra verdadera tarea es este viaje, esta aventura ".

Pero seguían gritando aún más alto: "¡Salvador!", sin dejar de aferrarse a las rocas. Y cuando volvieron a levantar la vista, había desaparecido, y se quedaron solas, tejiendo leyendas acerca de un Salvador.